Clive Sinclair representa el arquetipo del hombre hecho a sí mismo gracias a un espíritu emprendedor y a su "saber cómo" en una emergente industria de la electrónica de consumo. Dotado como inventor, siempre buscó productos más baratos y pequeños, como radios, equipos hi-fi, calculadoras, televisores, ordenadores domésticos ―donde obtuvo sus mayores logros― e, incluso, vehículos. Pero este eclecticismo fue su primer talón de Aquiles: reinvertía los beneficios de sus productos en el desarrollo de los siguientes, que, debido a un insuficiente conocimiento del mercado, producían pérdidas.

Su segundo problema fue su propia impaciencia ala hora de lanzar los nuevos productos, insuficientemente probados, lo que implicaba en ocasiones una baja calidad que iba en detrimento de la imagen de la marca. En la primera ocasión en la que rozaba la bancarrota, la Nacional Enterprise Board británica salvó la compañía; la vez siguiente, ya no existía tal apoyo, desmontado por el gobierno Thatcher. Si Sinclair hubiera tenido una mayor orientación hacia el mercado, quizás los ordenadores personales de hoy en día llevasen la etiqueta "Sinclair compatible", y Clive Sinclair sería reconocido como el rey de la industria de una computación moderna.